Censura de historias fabulosas
Hace no mucho tiempo publicábamos en esta Gatera electrónica un artículo [ver] sobre las teorías más o menos "creativas" que intentaron explicar la fundación de la ciudad de Madrid, especialmente desde que esta fue declarada capital de la Monarquía Hispánica en 1561 y hubo que buscarle un "pedigree" digno de medirse con el de las capitales de otras potencias.
Me inventaré un pasado sin mancha en el Madrid de los Austrias, clamaba el peculiar cantante pop Tino Casal en su tema Oro Negro. El propio Madrid de los Austrias fue el que se fabricó a medida un pasado sin mancha, con el que borrar todo rastro de la civilización árabe que pobló la ciudad hasta los años 1083-1085. Pseudohistoriadores al servicio del poder buscaron raíces en culturas que se adaptaran mejor a la "corrección política" del momento, y ahí tenemos a supuestos madrileños procedentes de Troya o de Babilonia.
Sin embargo, es de destacar la labor de un personaje, uno de esos que sacamos aquí de vez en cuando a la palestra digital para que no se pierda en el olvido, que combatió ya en el siglo XVII esas falsificaciones del pasado. El reinado de Carlos II, último de los Habsburgo españoles, solemos asociarlo, no sin razón, a una era de oscurantismo y atraso. Pero hubo algunos núcleos de pensadores, tanto eclesiásticos como laicos, que desarrollaron una visión del mundo más racional, y se anticiparon a lo que luego sería el siglo XVIII de los primeros Borbones.
Nicolás Antonio (1617-1684) fue uno de estos innovadores, autor de varios y valiosos libros. Pero vamos a destacar uno, la Censura de historias fabulosas, en el que se atrevió a romper con los errores arrastrados generación tras generación por los escritores previos, que modificaban el pasado de las ciudades y reinos a su antojo, bien por razones del tipo de las que hemos visto en Madrid, bien porque interesaba favorecer a determinadas sedes episcopales frente a otras urbes, bien porque determinadas familias aristocráticas querían buscarse un pasado legendario que justificara sus prebendas presentes.
La Censura no llegó a aparecer publicada en vida de su autor, pero fue rescatada por Gregorio Mayans y Císcar y llevada a la imprenta en 1742.
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