Aquellos tiempos del Madrid musulmán.

Los musulmanes vinieron a Hispania a apoyar, en principio, a uno de los bandos visigodos enfrentados, pero cuando llegaron a la capital, Toledo, debieron pensar algo parecido a “Bonito país; nos lo quedamos”. En pocos años quedó conquistada casi toda la Península, salvo algunos pequeños núcleos pirenaicos y cantábricos (de los que descenderán muchas de las actuales identidades españolas) y empezó el largo período de ocho siglos en que nuestras tierras fueron zona de coexistencia de las dos religiones, unas veces de manera pacífica, otras veces en medio de cruentas guerras.

El debate sobre el papel de Madrid en aquellos siglos es todavía confuso y genera grandes rivalidades entre los historiadores y los arqueólogos. Algunos piensan que los árabes heredaron algún tipo de poblado construido por los visigodos. Otros piensan que el verdadero nacimiento de Madrid como asentamiento estable de construcciones llega ya enteramente de manos de los devotos de Mahoma. A su vez, dentro de los defensores de la teoría de que Madrid la fundan los musulmanes, se va dando en los últimos años un cisma, entre los que opinan que Madrid era una mera instalación militar, puesto avanzado al norte de Toledo, y entre los que opinan que ya consiguió ser una ciudad con población civil destacable antes de su reconquista por los cristianos en el siglo XI.

En este debate está muy presente el trasfondo político de las identidades culturales. Cuando España dejó de ser un mero conjunto de reinos feudales para pasar a ser una potencia mundial en la era de los Habsburgo, parecía deshonroso que la capital del imperio tuviese raíces en una religión extranjera, por lo que tanto bajo esos reyes como bajo los primeros Borbones, se inventaron fabulosas cronologías que hablaban de presencia griega y romana en la urbe para atribuirle un pasado con más “pedigree” occidental. Posteriormente, en el siglo XIX aconteció el fenómeno inverso: determinados relatos de viajes pusieron de moda el exotismo orientalizante, y se retomó el interés por el pasado islámico de las ciudades españolas.

Las excavaciones que se van haciendo aclaran algunas cosas, y proporcionan soporte arqueológico a las crónicas musulmanas que hablan de un Madrid de cierta importancia. Por otra parte, muchos de los restos que podrían proporcionar más datos probablemente ya no existan ni siquiera en el subsuelo, pues las grandes obras realizadas en el siglo XVIII para el Palacio Real, y en el siglo XX para la Catedral de la Almudena, en épocas en que no había tanta legislación protectora de los vestigios como en la actualidad, debieron llevarse por delante más de una construcción. A día de hoy, en medio de grandes polémicas, se va abriendo camino la tesis de la arqueóloga Esther Andreu, de que el Madrid musulmán se aproximaba más a un complejo de tipo militar que a una ciudad con predominio de la población civil sobre la castrense. Eso no impidió que en el siglo X vivieran en el lugar personajes como Maslama-al-Mayrití, uno de los astrónomos y matemáticos más reputados de su era.

Lo más probable es que este enclave musulmán tuviera un nombre similar a “Mayrit”, de donde viene el apodo de Maslama, asociado a “lugar donde hay agua”. Un importante arabista de mediados del siglo XX, Jaime Oliver Asín, desarrolla incluso la teoría de que Mayrit pueda ser “lugar donde hay mayras”, siendo esas “mayras” los tunelillos que captaban agua potable del subsuelo y la transportaban a las zonas pobladas (es decir, los llamados “viajes de agua” que en el periodo cristiano serían enormemente ampliados). Mayrit debió aparecer hacia el año 880 en la zona de la actual catedral, y su función dentro del mundo militar también está envuelta en misterios y elucubraciones de todo tipo. Pudo ser una guarnición avanzada para frenar ataques cristianos procedentes del norte antes de que llegaran a Toledo. Pudo ser una guarnición dejada ahí para seguir teniendo control sobre el centro de la Península en caso de sublevaciones en la propia Toledo, donde podían quedar segmentos de población descendientes de visigodos o hispanorromanos, cuya lealtad al nuevo poder musulmán no estuviera muy clara. Pudo, incluso, ser una mezcla de ambos intereses.

Pronto los musulmanes de Hispania se independizaron de los califas de los que dependían a miles de millas, y nombraron un califa propio en la ciudad de Córdoba, que en esos años llegó a ser una de las más grandes del mundo. Este califato hispano también desapareció, y la España islámica quedó dividida en varios reinos, las llamadas Taifas. Madrid quedó como parte integrante de la taifa de Toledo. Hacia el norte, se ha hablado a menudo de la existencia de una “tierra de nadie” desde Somosierra hasta el río Duero, y desde ese Duero en adelante ya comenzaba el dominio efectivo del reino de Castilla, que se escindió del de Asturias para convertirse enseguida en uno de los más pujantes de los diversos que existían en la resistencia cristiana. Otro de esos reinos, el de León, llegó a atacar Madrid en el año 932, siendo su rey Ramiro II, pero el ataque se quedó en eso, en una expedición de asalto y saqueo sin pretensiones de dejar el lugar en manos cristianas para la posteridad.

La presencia musulmana en Madrid duró hasta los años 1083-1085, en que se verificó la definitiva toma del poder por los cristianos, concretamente los del Reino de Castilla. El principal vestigio que ha quedado de esta civilización en nuestra capital son los tramos de lo que fueron en tiempos las murallas que rodeaban el primer recinto de Mayrit. De ellas se conservan tramos en las inmediaciones de la Catedral de la Almudena y del justamente bautizado como Parque del Emir Mohamed I, así como en medio de unos garajes situados en los bajos del edificio de la calle Bailén más próximo al Viaducto. El límite oriental de estas primeras murallas discurría por terrenos inmediatos a la actual calle del Factor, lo que da una idea de las pequeñas dimensiones que tenía Mayrit, ya fuesen jaimas militares o casas de adobe civiles lo que hubiera intramuros. La principal de las puertas de la muralla árabe era la llamada de La Vega o de Alvega, situada en lo que hoy es el tramo más occidental de la Calle Mayor, frente a la Almudena. Daba salida a Mayrit hacia el Manzanares, y tras sufrir varias reformas fue derribada en 1820.

A este Mayrit situado dentro de las murallas hay que añadir posibles arrabales o barrios “periféricos” un poco al sureste del recinto fortificado, hacia la zona de la Cava Baja y la Plaza de los Carros, como sugieren los pozos y silos subterráneos de cereal de época islámica documentados por el medievalista José Manuel Castellanos Oñate, lo que lleva a pensar en una posible conciliación entre la teoría del Mayrit-enclave militar y la del Mayrit-ciudad, con una guarnición de soldados que viviera dentro de las murallas, y pobladores normales y corrientes que tuvieran sus casas en los arrabales.

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Autor del artículo

Juan Pedro Esteve García

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