El Museo Tiflológico, un dulce escondido en el corazón de Madrid

Tiflológico viene del griego, idioma en el que ‘tiflós’ quiere decir ciego. Es decir es el museo sobre los ciegos y para los ciegos, aunque cualquiera con el privilegio de ver puede disfrutarlo como el que más. Hace ya diecinueve años que echó a andar con su bastón blanco, un 14 de diciembre, al día siguiente de la fiesta de su patrona: Santa Lucía. Aquel invierno se solidificó una idea que llevaba fraguándose desde los años setenta. Pero mucho ha llovido desde entonces y el museo ‘para ver y tocar’, que ése es su lema, ha evolucionado de forma más que notable a través de la adquisición de nuevas obras, mejora de la colección permanente, nivel de las exposiciones temporales, adaptaciones informativas, etc.

A día de hoy encierra entre sus paredes 35 maquetas de monumentos nacionales e internacionales. Reproducciones increíblemente detalladas de los originales que son un auténtico regalo a la vista aunque su función diste mucho de esa intención: estas pequeñas (y no tan pequeñas) réplicas permiten a las personas ciegas o con una capacidad de visión reducida reconocer espacios que les resultan completamente ajenos, pues su conocimiento no es posible con el tacto, ¿cómo podrían si no desentrañar y traducir el Pórtico de la Gloria de Santiago de Compostela?, ¿de qué manera conocerían realmente el patio de la armería del Palacio Real?. Por eso se pueden tocar todas estas bellezas, pero cuidado, el propio director del museo, Miguel Moreno, nos advierte que sin el tacto educado es imposible que comprendamos qué está pasando por nuestras manos más allá de la distinción de materiales. Entre estas obras de arte no se puede decir que haya una sola que no destaque: el Taj-Mahal fabricado a partir de materiales traídos de la India, una pirámide de Chichén Itzá o la Torre Eiffel, de la que es difícil apartar los ojos porque nunca la habíamos visto así: con su tercer piso a ras de suelo. Recordemos que estamos en un museo para tocar y la mayoría no seríamos suficientemente altos como para llegar a acariciar la cúspide que así, junto a su base, sí puede ser percibida por los invidentes. Con esta lógica podemos pasearnos entre el Coliseo o la Catedral de Burgos, el Patio de los Leones de la Alhambra o El Escorial… incluso podemos regalar unas carantoñas a la circunspecta Dama de Elche.

Sin embargo no son estos calcos a escala reducida los que dan al museo su originalidad, sino las más de cincuenta obras realizadas por artistas ciegos y las más de cincuenta piezas de material tiflológico. Pintores, fotógrafos y escultores con visión reducida o nula exponen de forma permanente y son parte de la colección. Más que llamativa es La Castañera, escultura en bronce de Daniel Calvo Pérez y por supuesto el enorme Homenaje a Luis Braille. Realizada en bronce y aluminio, esta pieza es obra de César Delgado, ciego total que con ella simboliza la universalidad de la famosa escritura que lleva el nombre del francés, a través de unas enormes manos que leen rodeadas de unos círculos con reminiscencias planetarias. Algo que también capta fácilmente la atención del visitante son las fotografías en relieve, como el retrato realizado por el artista vasco con visión parcial Juan Torre al músico Ángel Unzu, Ángel Unzu. Guitarrista, con el laúd sobre el pecho. Estas particulares fotos, gracias a un proceso químico fruto de un largo investigar, permiten que las personas invidentes puedan intuir una fotografía que ha abandonado las dos dimensiones y no dejan tampoco de impresionar a los que no necesitan tocar para comprender. De este modo, el director Miguel Moreno puede descubrirse a sí mismo retratado en ese espacio entre las dos y las tres dimensiones pues en su despacho, tras él, se descubren dos fotografías suyas, una blanca y otra negra, que se miran mutuamente bajo la atenta observación de un Fito (el cantante) de la misma familia artística.

Viajemos ahora a la esencia tiflológica. Cincuenta y siete piezas dan una pequeña idea de cómo han debido aprender a desenvolverse los ciegos a lo largo de los años. En esta sala de la parte inferior del museo encontramos sistemas de escritura diversos a mano o mecanizados y aparatos que permiten la enseñanza de campos como la lectoescritura, matemáticas y música; así como máquinas de impresión o calculadoras. Allí, entre máquinas de estenotipia, dibujos en relieve y fascinantes máquinas de escribir braille con carro móvil, encontramos la que para Miguel Moreno es la joya de la corona: el mapa de Just. No es un mapa cualquiera, en absoluto, se trata de una reproducción de la Península Ibérica que este profesor valenciano de finales del siglo XIX realizó para poder enseñar geografía a sus alumnos tanto videntes como ciegos. Francisco Just i Valentí era un cajista que habiendo perdido la visión se incorporó a la pequeña Escuela de Ciegos de Alicante como profesor auxiliar en 1871, donde se dedicó fundamentalmente a la enseñanza cultural, en que estaba inscrita la geografía. Así pues fabricó este increíble mapa topográfico en el que se pueden apreciar sistemas montañosos, provincias, ciudades o incluso líneas ferroviarias, todo ello con los nombres correspondientes en braille y presentando distintos materiales que ofrezcan siempre un tacto diferente que ayude a la diferenciación. Así, sobre un bastidor de madera, se nos muestran España, Portugal, Andorra y el norte de África con detalles que no sólo no escapan a la vista sino que mucho menos se ocultan al tacto. Encontramos así mismo en esta sala una sorprendente colección de cupones que muestran la historia de estos papelitos que tanta alegría aportan a sus ganadores. Y es que fue antes de la creación de la ONCE que se empezaron a vender, gracias a las “sociedades de ciegos” que ya existían, y no han parado de comprarse hasta el día de hoy, como bien permite conocer la muestra.

Hagamos, para cerrar, repaso de la evolución de este singular museo de la mano de su director, Miguel Moreno. Él lo conoce como la palma de su mano dado que apenas llevaba el proyecto diez meses en marcha cuando él entró a dirigir en octubre de 1993 y desde entonces no ha descansado ni un minuto porque asegura una y otra vez que es una idea que le encandiló. No obstante el museo que hoy visitamos no es el que se inauguró hace ya diecinueve años. Para él destaca la actualización del recorrido táctil con folletos en braille y macrocaracteres y con audioguías, cuya información oral antes estaba incorporada en cada pieza. Todas “hablaban” a la vez y como suele ocurrir en estos casos, la confusión era mucha. También cabe subrayar para él la independización del proyecto: si en sus primeros años las ayudas y colaboraciones con la Comunidad de Madrid eran mucho más que necesarias, ahora la presencia de escultores consagrados es una evidencia pues no en vano para este próximo 2012 se esperan con los brazos abiertos obras del premio nacional de escultura Venancio Blanco y del archiconocido Oteiza. Se empeña en señalar, sonriente pero firme, que se trata de un museo único en el mundo. No deja de ser cierto que ciertos museos adaptan información y visitas guiadas o que incluso otros permiten tocar las piezas de ciertas salas, como ocurre en el Museo Rodin (París) o el Museo Omero (Ancona, Italia). Hasta se abrió hace unos meses el Museo Tiflológico de Plasencia, que sin embargo no cuenta más que con algunas maquetas, lo cual es un gran avance pero que no posee la envergadura del que tratamos aquí, a falta de material artístico y tiflológico como tal. En definitiva, un museo único y especial que no deja de moverse y luchar contra las discapacidades y las barreras de todo tipo, que busca convenios y consigue que le escuchen otros peces gordos, como el Museo Reina Sofía, que trabaja para todos los discapacitados y que no para de innovar. Quedémonos con la exposición que llega en primavera, una serie de entre catorce y dieciséis esculturas relacionadas con el mundo de la danza “para que los ciegos puedan tocar perfectamente las distintas composiciones, piruetas y figuras de baile” como explica el propio Miguel Moreno, será posible gracias a las piezas en bronce de la catalana Carmen Marrodán. Ahora mismo y hasta el quince de enero una docena de esculturas en madera hacen las delicias de la exposición temporal y dentro de poco se podrá disfrutar también de ese caramelo de baile en la apetitosa bombonera que es este museo.

 

Fotografías por Elvira Martínez

 

 

Información del museo

Dirección: C/ La Coruña 18, Madrid

Tfno.: (+34) 91 589 42 19

Fax: (+34) 91 589 42 25

Página web: http://museo.once.es/

Correo electrónico: museo@once.es

 

Horario: Martes a viernes de 10 a 14 h. y de 17 a 20 h.

Sábados de 10 a 14 h.

Lunes, domingos y festivos cerrado.

Entrada gratuita

Grupos: Las visitas de grupos se realizan previa reserva (por las mañanas de 8.00 a 15.00 horas) en el teléfono de información.

Audio-Guía: El Museo dispone de un servicio de audio-guías que, en la actualidad, ofrece información sobre las maquetas.

Se podrán solicitar en la recepción del Museo previa entrega del DNI.

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Elvira Martínez

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