El convento de la Merced
Convento de la Merced
En 1218 san Pedro Nolasco fundó en Barcelona la Orden de la Merced destinada a la redención de cautivos cristianos capturados en las razzias musulmanas durante la reconquista. Su nombre, merced, se refiere a la realización de una buena acción sin esperar nada a cambio.
El 4 de agosto de 1564 se concedió licencia al mercedario fray Gaspar de Torres, Provincial de Castilla, catedrático de Salamanca y obispo auxiliar de Sevilla, para la construcción de un convento e iglesia de mercedarios descalzos en Madrid.
Fray Gaspar de Torres mandó al Procurador General de la Orden fray Benito de Aguilar para que buscara unas casas en las que se instalarían los primeros ocho religiosos procedentes de Guadalajara y Toledo. Después de una fatigosa búsqueda, pagó al “carpintero andante en Corte”, Diego de Espinosa, doscientos treinta ducados por «dos pares de casas que están al cabo de la calle de Barrio Nuevo» [1](situadas en la actual plaza de Tirso de Molina).
La primera piedra se colocó en ese mismo año, según el diseño de fray Tomás de Trujillo, Superior del convento. La primera misa se celebró el 4 de septiembre de 1564. El convento con su iglesia se construyó a lo largo de doscientos años y estaba rodeado por las calles de Cosme de Médicis, Remedios y Merced, las cuales desaparecieron con el derribo del monasterio.
El convento tenía tres pisos, celdas para algo más de cien religiosos, un claustro grande -realizado a semejanza del segundo claustro del monasterio de El Escorial- para procesiones con jardín y una hermosa fuente en el centro, conocida como La Joya de Madrid, y otro de menor tamaño al que solo tenían acceso los frailes. El monasterio contaba además con enfermería, botica, imprenta y tahona entre otros servicios.
La iglesia, una de las más grandes de Madrid, era de «estilo renacentista, casi herreriana, protobarroca» [2] y tenía planta de cruz latina. Estaba compuesta de tres naves y varias capillas a los lados, entre ellas las de los Remedios y San Ramón Nonato. El altar mayor estaba rematado por una cúpula de media naranja y linterna sobre cuatro pilastrones. La portada estaba formada por dos cuerpos. El primero adornado con pilastras toscanas y un entablamento sobre capiteles; el segundo con una hornacina y las armas reales entre pilastras y pináculos alargados. Todo rematado por un frontispicio curvo y partido, coronado por un escudo de la Orden y grandes florones. Tanto la iglesia como los claustros fueron embellecidos con pinturas de conocidos pintores de la época como Vicente Carducho, Pedro Ruiz González, Lucas Jordán y Juan Antonio Frías y Escalante, entre otros.
La iglesia, la capilla mayor y el convento estuvieron bajo el patronato de don Pedro Franqueza, conde de Villalonga a quien, al caer en desgracia, le sucedió en 1611 doña Mencía de la Cerda y Bobadilla, hija de los condes de Chinchón y esposa de don Fernando Cortés, tercer marqués del Valle (el título completo era marqués del Valle de Oaxaca) y nieto del conquistador de Méjico. Ambos fueron enterrados en un mausoleo en centro de la capilla mayor.
Fue uno de los mejores conventos de Madrid por la gran cantidad de obras de arte que poseía tal como Álvarez y Baena, en su obra Grandezas de Madrid, señalaba que «de tan humilde principio vemos hoy un edificio de Témplo (sic), y Convento, no solo de los mejores, y mas ricos de reliquias, alhajas, y pinturas de Madrid, sino de toda España, y de el que se pudiera formar un tomo en folio de su Historia, y no menos de sus Ilustres Hijos» [3].
Entre sus paredes vivió fray Gabriel Téllez, más conocido como Tirso de Molina, cuya celda se hallaba en la esquina de las actuales calles de Conde de Romanones y Colegiata, antigua calle del Burro. Es por esto que el dramaturgo decía «me parece que burro soy desde que he venido a este convento»[4].
En una de las capillas laterales se veneraba la imagen de Nuestra Señora de los Remedios, de la que Álvarez y Baena cuenta que el papa san Gregorio la envió a la isla de Nueva Zelanda. Allí fue venerada en una abadía benedictina hasta que esta fue destruida por los luteranos, uno de los cuales, tiró la escultura a una hoguera. El conquense Juan de Orihuela, soldado de Felipe II, se abalanzó y la rescató de las llamas. Pagó por ella 50 maravedíes y la trajo a España poniéndola en manos de los padres mercedarios de Cuenca que, en agosto de 1573, la trasladaron al convento de la Merced de Madrid. Era una virgen morena y la beata Mariana de Jesús la llamada “La Pequeñina” por su reducido tamaño. Tras la desamortización de Mendizábal, la imagen pasó al convento de Santo Tomás y, cuando este fue derribado en 1876, se trasladó a la iglesia de Santa Cruz de donde desapareció durante la Guerra Civil.
El convento fue desalojado por orden José I en agosto de 1809 siendo saqueado por los franceses. Los frailes regresaron a él en 1814 aunque por poco tiempo. Con la desamortización de Mendizábal de 1836, el convento fue derribado cuatro años más tarde. Las obras de arte se dispersaron entre ellos los cuadros de la Serie Eucarística realizados entre 1666 y 1667 por el pintor Juan Antonio Frías y Escalante y obras de arte que se llevaron a los museos del Prado, Vilanova y Geltrú y La Coruña[5].
En el solar del convento se abrió una plaza que se denominó del Progreso. En el centro del parque que ocupó su espacio se colocó la estatua dedicada precisamente al desamortizador: Juan Álvarez Mendizábal. La escultura fue realizada por José Grajera y presidió la plaza entre 1869 y 1939. Después de la Guerra Civil fue fundida y su bronce se aprovechó para remodelar la estatua de Isabel II.
En sustitución se colocó la dedicada a Tirso de Molina en recuerdo al dramaturgo y escritor fray Gabriel Téllez recibiendo la plaza este mismo nombre.
El reposo de los frailes
El 2 de septiembre de 1920 un periodista anónimo que firmó como “un reporter” en el diario La Voz, recogió la noticia del hallazgo de «más de doscientos restos humanos» en las obras de construcción de la línea 2 de metro, bajo la plaza de Tirso de Molina. Era lógico que aparecieran pues los frailes, siguiendo la costumbre española, eran enterrados en la iglesia y claustros del convento.
A preguntas del reportero, el capataz informó que se produjo un derrumbamiento de tierra, piedra y ladrillo, dejando a la vista una galería situada «al nivel de la parte superior del trazado del túnel (...)», a ocho metros de profundidad. «Tenía unos diez metros de larga, por unos cuatro de anchura y tres y pico de altura (...). A los lados, en las paredes, había más de doscientos nichos tapados; y en el suelo, por toda la galería, grandes losas de piedra guardaban otras muchas fosas. Las inscripciones estaban en latín, casi completamente deshechas; al tocarlas para quitarles el polvo, caían hechas pedazos. En un nicho encontramos el esqueleto, al parecer, de una mujer. Estaba boca abajo. Al tocarlo se hacía polvo. En algunas losas se veían escudos en relieve; y en una piedra grande, que ya desapareció (pues se la llevaron con otras para hacer grava) dicen unos obreros que leyeron la palabra “Rey” (...). Encontramos ánforas, unas figuras egipcias de barro, unos espadines todos mohosos, unos cacharros de barro, un crucifijo, que no sabemos si será de oro». En los nichos se encontraron «los restos de un niño, y en otro, los huesos hallados correspondían a persona de grandísima estatura. Por el tamaño, algunos de los enterrados debieron ser gigantes» (...)».
Se dio orden de recoger las lápidas que estuviesen enteras pero poco o nada se pudo hacer porque la mayoría habían resultado destrozadas por los golpes de las piquetas y otras se rompieron al desplomarse. De la única que quedó intacta se realizó una copia y de otra, que al intentar desmontarla se deshizo, se podía leer la inscripción “Juliana de Castro.
La galería fue derribada y se respetaron los huesos, siendo trasladados a otra aquellos y aquellos que «caídos y medio pulverizados fuesen difícil de recoger, quedarían revueltos con la misma tierra a los lados del túnel».
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Comentarios
De nada, Marcos :)
Muchas gracias Mayrit. Pues es una lástima que se deterioren cosas así.
Alicia: me alegro mucho que te haya gustado. Siempre es un placer escribir sabiendo que hay lectores que disfrutan leyéndonos :)
Marcos: Pues no sé si realmente se salvaron algunas lápidas, de ser así lo más probable es que estén en uno d los sótanos del Museo Nacional de Arqueología. Yo visité uno de ellos para hacer fotografías de la estatua original de Orfeo que coronaba la fuente de igual nombre y situada en la plaza de la Provincia, frente al Ministerio de Asuntos Exteriores y que precisamente he colgado en mi facebook (Mayrit Madrid)hace unos días. Y vi la cantidad de restos que había, unos envueltos en plásticos y otros sin envolver y todos en muy mal estado.
Saludos
Mayrit
¿Y se sabe donde están las lápidas ahora?
¿Y se sabe donde están las lápidas ahora?
Que genial!!! Me ha gustado mucho
Se destruyó un tesoro artistico español para enriquecer a los picatostes liberales en nombre del Progreso (de ellos, claro). En este caso se hizo una plaza. En otros simplemente se especuló con el terreno -la gran industria nacional para el que se lo puede permitir-, o se concentró la propiedad agraria creando grandes latifundios -otro de nuestros males.
El artículo no menciona la imprenta del convento, muy importante por su fama y su antigüedad, que sigue existiendo fuera de Madrid.
Un día estuve haciendo un recuento de importantes edificios como conventos, palacios y otros que habían existido en Madrid y que ya no existen.
Me salió una cifra bastante alta.
Es una autétnica pena que se perdieran, aunque también hay que tener en cuenta que en algunos lugares donde antes había un convento ahora hay otra obra arquitectónica imporante.
Muchas gracias por vuestro elogios. Para mí es un placer investigar y compartirlo con todo el que quiera leerme :)
La desamortización de Mendizábal hizo verdaderos estragos en el patrimonio y en este caso para convertirse en una plaza, que como cantaban Víctor y Diego: "Hay un parque aquí en mi barrio, que esto no es parque ni es ná"
Fantástica labor de investigación.
¡Salud!
Excelente artículo Isabel. Como siempre, aprendo muchas cosas leyéndote.
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