El Corpus Christi en el Madrid del Siglo de Oro

Responde el Gato Vargas

Hermosas damas, nobles caballeros, ricos burgueses y hábiles artesanos, doctos licenciados, dueñas y doncellas, benévolos lectores y mosqueteros de La Gatera de la Villa: recibid a guisa de saludo mi más cumplido maullido.

Permitan que antes de devanar en negro sobre blanco la madeja de mi disertación - las procesiones de la minerva y del Corpus Christi -, indique a guisa de exordio el motivo de la elección de tan litúrgico tema, que quizás pudiera causar extrañeza al lector habitual de esta publicación.

Todo comenzó cierto día en que paseando por la Cava de San Miguel, me flecharon de tal modo los glaucos ojos de una hermosa gata, que al regresar a casa me vi impelido a tomar la pluma para vaciar en endecasílabos sobre el papel mi amorpor tan castiza hembra. Cuando más enfrascado me hallaba en fiera y denostada lucha contra los ripios y la métrica, ebrio de poesía, recios golpes resonaron en mi puerta con descarada insistencia.  ¡Voto a bríos! ¿Quién acometía con tamaña saña los maderos de mi puerta, semejante en ímpetu a la tempestad que sacude las cuadernas de un navío? Cual Faetón descendí de las alturas a las que mi númen me había elevado para averiguar quién era el desaforado causante de tal estruendo. Resultó ser un mancebo que con gesto displicente y adusto inquirió si era yo un talgato Vargas, a lo que respondí un punto picado “A fe mía que ante él os encontráis. Yo soy Vargas, el gato, conocido en mentideros y palacios. Mimado de las Musas, docto en el saber; diestro con la pluma, hiero con la espada y mi fama corre pareja a la de mi linaje. Yo soy Vargas, el gato, a vuestro servicio”,  finalizando con una gentil reverencia.

No pareció dar muestras de emoción o reconocimiento mi interlocutor por hallarse ante gato tan ilustre y de tanta prosapia, y sin presentarse a su vez ni mediar más palabras - de lo que deduje su baja estofa -, me entregó una carta, y tras hacerme firmar un papel extendió hacia mí la mano con la palma hacia arriba, con gesto firme y decidido. Miré con gesto extrañado hacia el techo buscando la gotera, mas al no hallarla me despedí de mi visitante con un “Dios os guarde”, interponiendo de nuevo la puerta entre ambos.

La misiva era de mis amigos de La Gatera de la Villa, quienes tras saludarme cumplidamente, como corresponde a hidalgos y cristianos caballeros, me rogaban diera respuesta a la siguiente cuestión, remitida por una lectora de su revista:

“Hola, me llamo Paula y quiero preguntar al gato Vargas que he oído que en Madrid había una procesión dedicada a Minerva. ¿Cómo puede ser esto? ¿Significa que Madrid era una ciudad romana? Gracias”

Como diría mi ilustre antepasado el gran Marramaquiz, el de los grandes bigotes y brillante pelaje: Miau, miau y marramiau. Mi señora doña Paula, si bien es cierto que aunque algunos ilustres autores como el licenciado D. Jerónimo de Quintana atribuyeron a Madrid orígenes fabulosos que se remontan a los latinos y otros pueblos de la Antigüedad -  y sé de buena tinta que algún cofrade de La Gatera de la Villa ha andado jugando con tales devaneos y enredando con la fantasía de que fueron los griegos quienes cimentaron esta noble Villa, lo cierto es que no se dispone de testimonios firmes que prueben la existencia de tales conjeturas.

Sin duda que -  caelo mare miscere - lo que mi señora, la simpar doña Paula, entiende por procesión a Minerva se trata en realidad de la procesión de la minerva.  Esta procesión, que aún sigue vigente, remonta sus orígenes a la fundada en Roma en 1539 en la iglesia de Santa María, que llamábase de la Minerva por hallarse erigida sobre un antiguo templo latino dedicado a esta diosa.

Bien podría aprovechar yo la ocasión –  fronte capillata, post est ocassio calva -para pintarles con los colores de mis palabras los por mayores y por menores de esta procesión por las calles de Madrid, antaño polvorientas, hoy enlutadas de alquitrán. He preferido, sin embargo, dedicar mi prosa y la oportunidad de dirigirme a un público tan extenso como distinguido para narrarles la perla de las procesiones que se celebraban en esta noble Villa cuando en el trono español se sentaba un Austria: la que tenía lugar con ocasión del Corpus Christi.

Mas no esperen vuesas mercedes hallar precisa reseña de cuanto es acaescido en ella, pues prolijo sería detallar todos los fastos en los que se envolvía tan significado evento con su correspondiente octava. En cualquier caso, para no cansarles con mi torpe pluma obraré en modo como diablo cojuelo, y así, mediante recurso mágico, podrán acompañarme vuesas mercedes a la  víspera del Corpus de un indeterminado año del siglo XVII, y ser testigos de cuanto acontece con sus propios ojos, pues pluris est oculatus testis unus quam auriti decem.

Nos encontramos frente a la primitiva iglesia de Santa María de la Almudena. La ocasión invita a la apostilla y mucho podría contarles yo de la historia de este venerable templo, a cuya consagración asistieron los Reyes de Castilla, Aragón y Navarra y aquel famoso caballero que fue D. Ruy Gómez de Vivar, y  junto al que tuvo su palacio otro Ruy, el topoderoso príncipe de Éboli. Pero ello es apartarnos de la cuestión que nos ha traído hasta aquí y, como sin duda  habrán notado vuesas mercedes, no soy yo gato dado a circunloquios o  rodeos y ocasión habrá, si la fortuna lo depara, de narrar estas y otras de las muchas historias que Madrid atesora.

Noten usías aquel tablado dispuesto junto a la iglesia. En él tendrán lugar las danzas y las representaciones de los autos, que… ¡guarden, que ya sale la mojiganga!  Presto, acompáñenme entre el gentío.

[Disculpen,… favor…, mil perdones, caballero… Gracias].

Aunque es un tanto exigua la perspectiva conseguida no lo es tanto como para perdernos detalle de la mojiganga. Reparen en que los integrantes de tan pintoresco cortejo visten los unos a la morisma y semejando ángeles los otros. Preside el séquito un sacristán que marcha acompañado por monaguillos, que repican sus campanillas al paso que ofrecen rústico contrapunto el tamboril y la gaita.

¡Zape y cuiden sus sombreros, que ahí viene el mojigón!. De botargas engalanado, golpea las testas de los presentes con las vejigas que cuelgan frutales de la vara que porta, causando risa y rechifla entre los chicuelos. Esperen, esperen y miren allí,… ¿distinguen  a aquel joven mancebo, desnuda la espada y ceñido el escudo? Su rubia guedeja y apostura bien le asemejan a un Alejandro, mas se trata del Arcángel San Miguel.

Pero hete aquí que se aproxima su contrincante, el mismísimo diablo. No, no se dejen impresionar y no se amilane su ánimo, pues trátase tan sólo de una estatua de madera articulada, endriago mitad sierpe mitad dragón, por más señas intitulado la tarasca. Cuenta mi amigo Don Francisco en su «España defendida» que es esta de la tarasca antíquisima costumbre, cuyo origen hay que situar en la más remota antigüedad.

Son varias las  veces que sale la tarasca al año: Corpus y su octava, el viernes de Corpus y la octava de la Encarnación, y sus buenos dineros le cuesta ello al ayuntamiento, que es como decir a la bolsa común. Y es que han de saber vuesas mercedes que, en cuanto se presenta ocasión dello, los muchachos la emprenden a pedradas con una alegría y un empeño más que notables, causando graves quebrantos al indefenso leviatán, para regocijo pecuniario de gremios de pintores y carpinteros que han de acometer su sanación.  Que dicho sea así ínter nos, ¿acaso no se hallarán entre estos pillos lapidadores aprendices y mancebos destos gremios, buscando así su beneficio? Únese al desembolso que estos pagos originan que el ayuntamiento, para mayor lucimiento de tan importante ocasión, encarga cada año la construcción de una tarasca de nueva invención, y añadan a estas sumas las cantidades pagadas a los autores de los autos, a las compañías de actores, a los danzantes,… Dolores de la bolsa pública que el ayuntamiento calmará medicando sisas, alcabalas y demás mermas.

Brindan lucido cortejo a la tarasca las gigantillas y gigantones, con sus vestidos de dorados, amén de otros personajes variopintos como cabezudos y matachines. Todos baten sonajas, trompetas y panderos con gran algarabía, y bailan y efectúan todo tipo de piruetas y cabriolas, mientras la tarasca alarga y encoge su cuello, rondando para descubrir las cabezas de los más incautos, de igual forma que los demonios rondan buscando las almas de los pecadores.

La moza que a lomos de la tarasca figura, tocada al uso con su jaque y sus perendengues, es la tarasquilla. Todas las damas en la Villa se apresurarán a copiar su traje y peinado, pues la tarasquilla, cual Petronio, dicta la moda del momento. Quizás conozcan esa cancioncilla que suena:

«Si vas a los madriles

Día del Señor,

tráeme de la tarasca

la moda mejor,

y no te embobes,

que dan en la cara

los mojigones»

No siempre ha procesionado la tarasquilla, y tampoco ha sido siempre garrida moza, que antaño la costumbre la deparaba vieja, fea o incluso en sirena transmutada. Y aunque hoy no se da el exemplo, algunos años suele gozar de la compañía de burlescos personajes, como arlequines, que simbolizan la locura, o monos u simios, que como es sabido dentre todos los animales es  el más licencioso.

Entre la algazara de los presentes y seguida por los niños con gran jolgorio,  la tarasca y su alegre comitiva efectuará su recorrido por las calles de la Villa para regresar al punto donde principió su procesión, con lo que acontecerán las danzas, que se bailan sobre los tablados que antes vimos y en los que, a guisa de proscenio, se representarán también los autos sacramentales.

Como hasta entonces disponemos de tiempo, acepto gustoso su invitación a comer, mas no gasten en ello gentilezas y donaires para conmigo vuesas mercedes, que tomar un bocado en un figón de puntapié será más que suficiente para quien ha tenido en el hambre su más fiel compañera, más que mi propia sombra, que aquesta se desvanecía en la falta de luz cuando aquella permanecía, e incluso en sueños me visitaba para presentarme pantagruélicos banquetes de los que nunca llegué a gozar. Corren malos tiempos para España, emperrada en guerras bien contra la pérfida Albión, bien contra la funesta Flandes o la Francia celosa, y cuando la fortuna es esquiva la bolsa del pobre se alimenta de aire y esperanzas que no llenan el puchero.

Pardiez que olvidé mencionar que Felipe III, que no veía la tarasca con buenos ojos mandó limitar su recorrido, y que Carlos III, yendo mucho más lejos que su predecesor, la prohibirá.

Dicho lo cual y una vez saciado nuestro apetito, encaminemos nuestros pasos de nuevo hacia Santa María para holgarnos con los bailes. Estas danzas suelen ser variadas y en ellas no faltan  aquellos moros y ángeles que antes contemplamos acompañando a la tarasca. En ocasiones los danzantes lo hacen vestidos de franceses o catalanes o figuran celebrar una boda gallega, cuando no simulan ser locos a quien un maestro imparte lección.

Apenas se haya extinguido en el aire el último acorde con el que las danzas cierran su final, avanzaremos de jornada para poder asistir a la procesión del Corpus Christi, cuya ceremonia cobra especial realce por ser partícipes de ella Su Católica Majestad, así como la  Corte y  los Consejos.

No ha mucho que el dorado carro de Febo inició su carrera. Como pueden apreciar, se han entoldado con tela humedecida las calles do la carrera ha para protegerlas de los dardos del sol y alfombrado su suelo con los dones de Flora, dibujando con ellos complicadas grecas y motivos, mientras que diversos altares jalonan el recorrido, algunos muy ricamente dispuestos, con frontal y dosel de brocado. Quien goza de bolsa holgada viste las fachadas de sus viviendas con ricos tapices y sedas de indias; los menos pudientes emplean para tal menester colchas y aquellos que sólo de nombre conocen la Fortuna limítanse a ornar las fachadas con su presencia.

Y si Madrid luce hermosa y galana para la ocasión, no han querido ser menos sus habitantes. En estas últimas jornadas los sastres, peluqueros, zapateros y joyeros apenas han conocido un momento de respiro. Todos quieren exhibir sus mejores galas y afeites en tan pintiparada ocasión y las damas han rescatado de sus arcas y baúles sus vestidos de estío, que hoy lucirán  por primera vez en el año.

Por doquier salpican la Villa puestos de refrescos y confites. Los pintores exponen sus obras, los estudiantes sus trabajos finalizatorios del curso. Se correrán toros,… todo Madrid bulle lleno de vida, convertido en una gran fiesta.

Busquemos un lugar desde el que contemplar el paso de la procesión. Aún es bastante temprano y no tendremos demasiada dificultad en ello. Aquel que se nos ofrece  junto a ese altar callejero parece un buen sitio. Hagamos de él improvisada tribuna.

La procesión comienza en Santa María para dirigirse a la Plaza Mayor, salir allí por el portal de la calle Toledo para por Latoneros llegar a la plaza de Puerta Cerrada; de aquí se encaminará hacia San Justo para meterse por la Plaza del Cordón y alcanzando la calle de Platerías, regresar por ella a Santa María.

Para entretener la espera hasta que pasara por aquí había pensado en recitarles algo de mi última obra, «Los desdichados amores de la bella Creusa y el príncipe Merlitón o Todos nacemos en cueros, pero después vamos vistiendo unos de paño pardo y otros de terciopelo», pero mucho me temo que con este jaleo he olvidado mis cuartillas en casa.

Regocijémonos que exigua ha sido la demora. Entre odoríferas nubes de incienso y cánticos, el bullicio de preces y bajo una lluvia de flores y polícromas aleluyas, avanza la procesión serpenteante y multicolor, erizada de cruces, estandartes y pendones. Abre el paso la tarasca y su mojiganga, conocidos nuestros del día anterior. ¡Cuidénse de los mojigones y de las fauces de la tarasca!

Excúsenme usías un instante. [Señora, le ruego tenga bien dejar de saludar tan efusivamente mi hígado con su codo. Sí, ya sé que es mucha la apretura, pero soy en extremo celoso con mis vidas y no quisiera perder una en lance tan desafortunado].

Aquellos niños son los Doctrinos – a quienes vuesas mercedes identificarán mejor como niños del Colegio de San Ildefonso – y los Desamparados, vestidos aquellos de pardo y esotros de azul, con coronas de flores. Marchan acompañados de los pobres del hospicio del Ave María y no, no son velas lo que portan, si no cirios. Las velas son de más reducido tamaño.

Siguen su paso las cofradías y las cruces de las parroquias desta honrosa Villa. Fíxense que las más importantes son las de la iglesia de Santa María y la del Hospital de la Corte. Sí, aquellas son.

¿Que quiénes son esotros personajes? El Santo Tribunal de la Inquisición y sus familiares, que lucen en sus pechos las insignias que como tales les acreditan. Miren, ahora pasan por delante nuestra los frailes de las diferentes órdenes religiosas, en número que sobrepasa los mil y vestidos todos con sus sobrios hábitos.

[¿Decían usías? No, no, claro que no, en la procesión no figuran mujeres y por supuesto que todos marchan a pie.  Por San Catón, que qué cuestiones tan extrañas me plantean. Y sosiéguense vuesas mercedes, sí, pronto aparecerá el Rey.]

Por de pronto aquí vienen los caballeros de las tres órdenes militares con sus mantos capitulares: Alcántara, Calatrava y Santiago, instituciones antaño señoras de extensos territorios, y aunque hoy menguadas su hábito sigue siendo poderosa llave.

¿Distinguen los ecos del tañido de vihuelas y violines, los sones de oboes y clarines? Heraldos son de la llegada del Santísimo Cuerpo Sacramentado de Nuestro Señor, a quien precede en su recorrido la Capilla Real.

Quienes ahora se ofrecen ante nuestros ojos son los miembros de los Consejos, que marchan confundidos, sin atender a categorías, portando cada uno su cirio.

Delante de la Custodia figuran los predicadores de Su Majestad, las muy altas dignidades del presidente de Castilla y del vicecanciller de Aragón marchan a su lado y sustentan el palio los regidores y el corregidor de la Villa.

¡ Chitón !

[La Custodia descansa en el altar junto al que nos hallamos y Vargas y todos los presentes se descubren, guardando respetuoso silencio mientras un sacerdote procede a darles la bendición. Suenan campanillas. Todos vuelven a ponerse sus sombreros y la Custodia prosigue su camino].

¿Repararon en tan primorosa Custodia? Obra exquisita es de quien fuera de Doña Isabel de Valois su platero, Francisco Álvarez. Realizada toda ella en plata de ley, pesa catorce arrobas. El soberbio relicario es de oro con diamantes.

Después del paso de nuestro Señor, Rey de los Cielos y de cuanto es y será, turno es ahora de nuestro señor en la tierra, el Rey, Su Católica Majestad, que camina acompañado de sus criados, capellanes de honor, gentilhombres, grandes de España, cardenales, embajadores... Custodian al Rey la guardia tudesca y la española – con sus chillones colores – así como los arcabuceros; cierran tan ilustre comitiva mancebos y lacayos. Con ellos da su fin la procesión del Corpus Christi en Madrid, la más importante de todas que en esta Villa transcurren.

Hasta las cinco no darán comienzo los autos sacramentales, a los que la moda ha ido incorporando loas y entremeses. El gran Tirso, Calderón de la Barca  y Lope de Vega se encuentran entre los más reputados autores de tales obras, para cuya puesta en escena se contratan a las más famosas compañías de comediantes, que durante un mes no harán más que representar estas piezas devotas. Sirven de acicate a su actuación que desde 1610 se premie con cien ducados a la compañía que mejor haya representado los autos.

 

La primera representación se da frente a la puerta principal del Alcázar, do álzase un estrado con dosel en el que toman asiento Sus Majestades y la Corte. Sírvense los comediantes para actuar de los ya consabidos carros, sobre los que se montan las tablas de la escena y se levantan las torres o casillas que sirven como vestuarios y almacenes para el decorado y las tramoyas.

Todo el conjunto se traslada en días posteriores para dar representaciones en diversos lugares de la Villa: en la Plaza Mayor, frente a la fachada del tribunal de la inquisición, delante de las casas de los presidentes de los Consejos… es desta costumbre de donde se acuñó la expresión hacer los carros.

En cuanto a mí respecta la jornada toca a su fin y con ella mi narración.  Mi aplauso será que las dudas de Doña Paula sobre la minerva hayan quedado disipadas y mi pago que vuesas mercedes hayan gozado de la festividad del Corpus. Para despedirnos consientan en que les convide a bolas del mojigón y confites del sacramento, que regaremos con un refresco de aloja.

Nota de la Gatera de la Villa

Una vez más agradecemos al docto gato Vargas sus aclaraciones y explicaciones, quizás más prolíficas de lo que hubiéramos deseado, y sobretodo el habernos permitido disfrutar de la fiesta del Corpus Christi tal y como se desarrollaba durante el siglo de Oro, aunque para ello se haya tenido que apartar de la pregunta de nuestra amiga Paula.

Recordamos a nuestros amigos lectores que pueden dirigir sus dudas al correo de La Gatera de la Villa para que Vargas proceda a resolverlas.

Bibliografía

  • “El Año Eclesiástico: Funciones Religiosas, Aniversarios, Rogativas, Procesiones, Etc. Que La Iglesia Celebra Durante El Año”. Francisco Fernández Villabrille.
  • “Ramillete festivo y solemne diario de las solemnidades y fiestas mas clasicas que se celebran en todas las iglesias de Madrid  con otras muchas curiosidades / recopiladas y nuevamente añadidas”.  Sebastián Álvarez de Pedrosa.
  • “Madrid, urbs regia: la capital ceremonial de la Monarquía Católica”. María José del Río Barredo y Peter Burke.
  • “El Bibliotecario y El Trovador español: colección de documentos interesantes sobre nuestra historia nacional  y de poesías inéditas de nuestros poetas antiguos y modernos, acompañada de artículos de costumbres antiguas españolas”. Basilio Sebastián Castellanos de Losada.
  • “El Redescubrimiento de los clásicos: Actas de las XV jornadas de teatro clásico de Almagro”. Felipe Pedraza Jiménez.
  • “Felipe IV: el hombre y el reinado”. José N. Alcalá-Zamora.
  • “Costumbres y devociones madrileñas”. Pedro de Répide
  • “José Caudí, un escenógrafo al servicio del Corpus madrileño”.  María A. Flórez Asensio.
  • “Calderón, los orígenes de la modernidad en la España del Siglo de Oro”, tomo II. Antonio Regalado.
  • “Autos Sacramentales completos  de Calderón”. Ángel L. Cilveti e Ignacio Arellano.
  • “Madrid, villa y corte: historia de una ciudad”, Volumen I. Pedro Montoliú Camps.
  • “Visiones de la monarquía hispánica”. Víctor Mínguez.
  • “Viaje por España(1679-1680)”. Condesa de Aulnoy.

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El Gato Vargas

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