Mi niñez en el barrio de Bellas Vistas. Años cuarenta y cincuenta.

Yo me crié en la zona comprendida entre las calles Francos Rodríguez y Doctor Federico Rubio y Gali, en la Dehesa de la Villa. La calle donde vivíamos no existe en la actualidad. Cerca de ella pasaba el Canalillo y había mucho campo, que en primavera se llenaba de amapolas y margaritas, además de árboles frutales, pero ¡ojo!, que si cogías alguna fruta te exponías a recibir un tiro de sal de los guardias jurados. También había varias casas en mal estado, herencia de una guerra que dejó su rastro por toda la zona. De hecho, los niños solíamos ir a jugar a un lugar llamado “la selva virgen” - se llamaba así porque era un sitio muy frondoso -, que estaba al final de la Dehesa de la Villa y de la que estaba separada por una alambrada. Allí existían aún muchas trincheras y casamatas y los niños cogíamos cartuchos y balas para luego venderlas.

Por las calles de mi barrio, que por supuesto estaban sin asfaltar, no llegarían ni a seis los coches que podían pasar al cabo del día, incluyendo el del hielo, y la iluminación corría a cargo de farolas a gas. Para los que no lo sepan les diré que el hielo era para las neveras, que sin él no funcionaban. La leche se compraba diariamente en vaquerías, directamente de la vaca, y luego en casa se hervía.

Como por entonces el problema de la contaminación era algo desconocido, en Madrid nevaba en invierno, y lo hacía a base de bien. Esta ausencia de polución nos permitía a los niños comer directamente de los árboles que llamábamos “pan y quesillo” sus racimos de florecillas blancas, que estaban muy buenas. También cogíamos algarrobas, que son como las judías verdes, pero más grandes, y nos comíamos lo de dentro y el pellejo nos lo pegábamos debajo los ojos y lo llamábamos “lágrimas de cocodrilo”.

Cuando estábamos enfermos lo más socorrido eran unas tremendas inyecciones de Calcio y vitamina. Las jeringuillas y agujas se desinfectaban cociéndolas en un cacharro de acero, y hasta que no se rompían el practicante no las desechaba. He de aclarar que aunque la penicilina ya se había descubierto no se empezó a comercializar en Madrid hasta finales de los años cuarenta.

El colegio al que yo iba era el “Andrés Manjón”, que estaba situado enfrente del colegio de “La Paloma” en la calle Francos Rodríguez. Era muy importante estar entre los primeros de la clase, porque éstos tenían derecho a un vaso de leche por la mañana – leche en polvo americana - y a quedarse a comer gratuitamente en el comedor. Ni que decir tiene que en una época como aquella esto era un buen aliciente para que los niños hincáramos los codos. Por cierto, que si al final de curso te quedaba alguna asignatura el examen era oral; aún recuerdo el examen que del catecismo “Ripalda” tuve que hacer frente a un tribunal formado por cinco curas sentados enfrente de mí.

Los niños jugábamos siempre en grupo y en la calle. Jugábamos a dola, al pañuelo, al escondite, a “tres en un burro”, a la lima, a “arriba las manos”, a los cromos, a la peonza, a las chapas, al fútbol… y lo más emocionante de todo: la “drea”, que consistía en quedar con los de otro barrio en algún solar y enfrentarnos a pedradas.

Siendo ya más mayores los chicos de mi panda solíamos alquilar los Domingos bicis a una peseta la hora en la calle Reina Victoria – Senda de los Elefantes, para los del Atleti – y bajábamos pedaleando hasta la carretera del Pardo, pasando por el Hotel donde por aquel entonces vivía Eva Perón, el campo del Atleti y llegando hasta “la curva de la muerte”, que empezaba en la carretera hasta Francos Rodríguez en la Dehesa de la Villa.

La vida transcurría en el barrio. Por ejemplo, cuando alguien se casaba lo celebraba en el patio de vecinos y todos cooperaban de alguna forma: algunos prestaban mesas para el evento, otros sillas, otros platos, otros barreños para hacer la limoná,… Las mujeres se dedicaban a preparar las tortillas, los pimientos,… Siempre había algún vecino que supiera tocar el acordeón o la guitarra y se dedicara a amenizar la fiesta.

Cuando llegaba el verano sólo se marchaban de Madrid, por lo general, los que tenían pueblo. Los niños que nos quedábamos en la capital hacíamos campeonatos de fútbol, carreras de bici, bajábamos a bañarnos al río… Algunas noches una de compañía títeres que se llamaba “Micheli” daba funciones, y todos bajaban con las sillas para verlos.

También había campamentos de verano – que por aquel entonces se llamaban de Educación y Descanso -. Yo fui a dos en Cercedilla. Las comidas las teníamos que hacer nosotros mismos, pero se pasaba bien paseando por el monte de día y de noche con las fogatas y las tertulias.

En mi barrio había dos piscinas: la “Tritón”, ahora “Hotel Quijote”, y la “Candusi”, que era más cara y que ahora está en la carretera de Burgos.

Pero el día más señalado de todo el verano era el 18 de Julio. Ese día el río se llenaba de gente. A los chicos nos mandaban la tarde anterior a coger sitio cerca de la orilla. Bajábamos andando entre árboles y casitas bajas. Desde mi barrio los mayores con los más pequeños cogían el tranvía nº 1 hasta Peñagrande y después bajaban un trecho andando. También había quien disponía de medio de locomoción propio, como burros e isocarros.

El equivalente de los culebrones de hoy en día eran los seriales de la radio. No todo el mundo tenía radio y como nosotros teníamos una, las vecinas venían por la tarde con sus sillas a la hora de los seriales para escucharlos. Eran unos dramones tremendos y todas salían llorando tras escucharlo, diciendo “ ¡Qué bonito, qué bonito, …! ”, porque cuanto más se lloraba, más bonito era el serial. Si os digo los nombres de algunos de estos seriales os haréis una idea del tema: “Crepúsculo de sangre” y “Un arrabal junto al cielo”.

Aunque el fútbol ya se había entonces impuesto como el indiscutible rey de los deportes, la lucha libre despertaba gran interés, sobretodo entre los más jóvenes, por su espectacularidad. Había veladas los Miércoles y los Viernes en el Metropolitano – antiguo campo del Atlético de Madrid – y en la terraza del cine Europa, que estaba situado en la calle Bravo Murillo, junto a la Iglesia de San Antonio. De aquellos ídolos del momento recuerdo a los hermanos Bengoechea, Morlans, el inca Viracocha, Hércules Cortés, el Enmascarado, Víctor Castilla, el Ángel Blanco,… Siempre había uno que hacía de bueno y otro de malo y, por supuesto, los combates estaban siempre amañados.

Los Lunes, el cine Bellas Vistas, en la calle Francos Rodríguez esquina calle Margaritas, daba lo que llamaban “sesión de féminas”, en la que los precios de las entradas eran más baratos. Era tan popular dicha sesión que algunas veces había que estar hasta cuatro horas en la cola para conseguir las entradas.

Y aquí interrumpo mi narración. Se me quedan muchas cosas en el tintero, pero no quiero convertirme en un abuelo Cebolleta, aquel popular personaje de los tebeos del que se escondía hasta el loro huyendo de sus charlas soporíferas. Muchas gracias por vuestra atención.

[Este artículo se publicó por primera vez en la web de Amigos del Foro]

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Autor del artículo

Pablo Aguilera Mayoral

Comentarios

Pablo Aguilera Mayoral(hace 10 años)

Gracias por la corrección, Germán. Un saludo

Germán(hace 10 años)

Hola Pablo, simplemente qería hacerte una aclaración sobre la antigua ubicación de la piscina Tritón. Yo también viví mi niñez en ese barrio y fuí usuario de la mencionada piscina.
Al contrario de lo que tu detallas, no estaba en lo que hoy es la RSMD "Don Quijote" sino unos cuantos metros más al norte, exactamente en lo que hoy es el nº 65 de la C/ Dr. Federico Rubio y Galí.

Saludos.

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