El asesinato de Anthony Ascham
El año de 1651 España se convierte en el primer estado que reconoce al régimen regicida que Oliver Cromwell había instaurado en Inglaterra.
No es difícil imaginar la repulsa que pudo provocar tal decisión en el real ánimo de Felipe IV, máxime cuando el decapitado Carlos I de Inglaterra había estado cerca de ser su yerno, y no lo había sido a causa de las mil trabas que se le habían puesto durante su larga estancia en Madrid. La causa es, sin lugar a dudas, el intento de buscar una alianza que diera una posible escapatoria a una España agobiada y agotada en la interminable guerra con Francia. El omnímodo valido Luis de Haro, sucesor del Conde Duque de Olivares, gozaba en cierta medida del pragmatismo de su tío y antecesor en el cargo, y debió de considerar más que oportuno ese establecimiento de relaciones.
La paradoja es doble si se tiene en cuenta que la catolicisima España estaba reconociendo a un gobierno, la Commonwealth, dirigido por puritanos y que estaba considerando la necesidad de crear una alianza de estados protestantes.
Está claro que tampoco debió ser menor la repulsa que sintiera el calvinista Cromwell por estrechar lazos con la corte de los Austrias españoles, pero la convulsa situación interna inglesa y el temor a Francia aconsejaban medidas de este estilo, aunque solo fuera momentáneamente era más prudente para los intereses británicos en ese momento un pacto con España que con las Provincias Unidas por mucha afinidad religiosa que se tuviese.
Para tal fin Inglaterra decide mandar una embajada a Madrid, y a fin de acabar con los recelos de Felipe IV el embajador español en Londres, Cárdenas, escribe: “Lo que la conveniencia y razón de estado aconsejare obrar a favor deste gobierno y en reconocerle y admitir sus embaxadores, o en hacer confederación con él si obligaren a ello, los accidentes y intereses de V.M.”. Para cumplir la misión el Rump Parliament decide enviar a Madrid a Anthony Ascham.
¿Quién era ese tal Ascham que se mandaba a una misión tan delicada?. Sabemos relativamente poco de su vida y conocemos más de su obra, sobre todo de su “Of the Confusions and Revolutions Of Government”. Había nacido en 1614 y estudiado en el Colegio Real de Eton. En 1646 aparece como tutor del Duque de York (el futuro rey Jacobo II), y de su hermano el Duque de Gloucester. Su opción política es decididamente republicana y se dedica a escribir artículos defendiendo el sistema de gobierno de la Commonwealth. En 1649 se le manda a Hamburgo a fin de negociar con los representantes de la Hansa el tráfico mercantil inglés en el mar Báltico.
Sin lugar a dudas era un personaje de relevancia y se afirma que su voto fue decisivo a la hora de ejecutar a Carlos I. Tenía el título de residente del Parlamento de Inglaterra, y estaba claro que la Commonealth había optado por un peso pesado a la hora de enviarlo a España. El poeta y miembro del parlamento Milton escribe al “Serenísimo y Poderoso Príncipe Felipe IV, Rey de España. Enviamos a su Majestad a Anthony Ascham, una persona integra, docta y descendiente de una antigua familia, para tratar de asuntos muy convenientes tanto para la nación de los Españoles como para la de los Ingleses”. Pide Milton al rey que se sirva permitir de forma segura y honorable la llegada del embajador a su “real ciudad”, así como facilitarle el regreso cuando sea el momento.
El 4 de mayo de 1650 llega a Madrid el embajador Ascham, acompañado de su interprete John Baptista de Ripa y se alojan en la casa de Doña Elvira de Paredes en la calle del Caballero de Gracia, en el mismo edificio que más adelante será el Oratorio del Caballero de Gracia.
Los preparativos realizados por ambas partes estaban encaminados a que la misión diplomática pudiese terminar con éxito, cosa nada fácil en la farragosa y complicada vida palaciega de la barroca corte del cuarto de los Felipes.
Pero algo se cruzó en la historia para que la embajada no se realizase adecuadamente. No sólo había llegado a Madrid Anthony Ascham, sino que también habían entrado en la Villa cinco realistas ingleses (según algunos autores eran seis), llamados, según Répide, Gilen, Morsal, Perchor, Separt y Arms [1] . Su única misión era dar muerte a aquel que había propiciado la ejecución del soberano británico. No es tan claro si se movían por la mera venganza o si dentro de sus intenciones se encontraba la de dar al traste con la posible alianza de España e Inglaterra.
Al atardecer del día 6 de mayo, (otros señalan el día 5) sólo dos días después de la entrada en Madrid de Ascham, le atacan a la salida de su residencia en la calle del Caballero de Gracia cosiendo a cuchilladas a él y al traductor De Ripa. Los asesinos fueron prontamente presos.
Ni que decir tiene que Inglaterra reaccionó pidiendo el castigo ejemplar de los que Milton llama parricidas en carta escrita al Rey en junio, y en cuyo encabezamiento el poeta omite lo de Serenísimo y Poderoso Príncipe para dejarlo en un lacónico: “A Felipe IV, Rey de España” y donde apela al honor del monarca para que los realistas, ya detenidos, sean ejecutados rápidamente. Más tarde vuelve a dirigir escritos al Embajador Alonso de Cárdenas y al rey pidiendo rapidez para impartir justicia, desprendiéndose de los escritos la incomprensión por parte inglesa en la tardanza.
¿Qué estaba ocurriendo para que no se cumpliesen los insistentes y lógicos deseos de justicia que exigían los británicos?. Algo que estaba desbaratando completamente el esquema jurídico español, algo que trajo complicaciones posteriores hasta con el arzobispo de Toledo: Los asesinos se habían acogido a sagrado en el convento de Atocha.
Las fuentes que narran este hecho, desde el momento de la llegada a Atocha, al menos a las que he podido acceder, son confusas. Los alguaciles habían perseguido hasta el convento a los sicarios realistas. Es de imaginar que antes de pasar a la iglesia y detenerlos debieron de consultar. Es también de suponer que las autoridades españolas responsables eran plenamente conscientes del problema que se había creado, mucho antes de recibir las quejas que vendrían de Londres. Por otro lado los asesinos del embajador, al parecer, tenían defensores dentro de la Corte.
En la balanza del conflicto jurisdiccional creado: Iglesia versus relaciones internacionales, acaba teniendo mas peso la última, y se tiene que hacer un ejercicio de imaginación para complacer a todas las partes, aunque lo habitual en estos casos conlleva el desagrado de todo el mundo. Se entra y se les detiene, pero una cosa es detener y otra ejecutar. Así se entiende la perplejidad de los ingleses ante la demora en la ejecución física de los asesinos de Ascham. Tal es la cosa que todavía en junio de 1651 nos encontramos al enviado de la Commonwealth a España, George Fischer, protestando por no haberse celebrado juicio.
Al final hubo ejecuciones, por lo menos la del que Madoz, sin ponerle nombre, llama “el principal de ellos”, pero ya es en 1652 cuando se le aplica el garrote vil, es decir un año después del reconocimiento político por parte de España del régimen de Cromwell. Además no fueron ejecutados todos, ya que al menos un tal Edward Halsall, involucrado en el asunto, (obsérvese que el nombre no tiene nada que ver con los dados por los autores españoles) figura en la cárcel en Madrid en 1653, consiguiéndose fugar y apareciendo con responsabilidades palaciegas en la corte de la restauración monárquica en las Islas Británicas.
Todo este episodio, el del conflicto que se creo por el arresto de gentes acogidas a sagrado generó, por otra parte otras dos cosas: por un lado un auto sacramental surgido de la pluma de Calderón de la Barca: “La inmunidad del sagrado”, y por otra el afianzamiento de los protestantes sajones acerca de la muy poca voluntad española en establecer firmes lazos entre ambos países, argumento que, por supuesto, dio motivos para escribir mucho en contra de la Monarquía Hispánica por parte de sus detractores en Inglaterra, que no eran pocos.
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